sábado, 22 de diciembre de 2007

LLUÍS COMPANYS


Desde el momento en que empecé a imaginar el libro supe que iba a ganarme enemigos con mi modo de ver al personaje de Companys. He de reconocer que no me importa. E incluso que me gusta que sea así. No hay como decir lo que uno piensa para poder ver en el espejo, por las mañanas, una imagen honesta que nos permita estar en paz con nosotros mismos. Y eso, en mi opinión, ha de ser al precio que sea. Me consta que hay gente que no puede ver su propia imagen porque tiene miedo de atisbar sus mentiras. Y, por otra parte, no me gustan los mártires ni los que creen en ellos.

Companys no estuvo a la altura. Lo digo así, sin temor a equivocarme y dándole la razón a García Oliver, por ejemplo, y a la mayoría de personas anónimas que combatieron en las calles mientras su presidente permanecía oculto tras los muros de la Comisaría de Orden Público. Ni siquiera se quedó en el palacio de la Generalitat a la espera de acontecimientos. En el patio de la Comisaría había dos automóviles con los depósitos llenos para escapar él y sus allegados en caso de ser necesario. Con eso no quiero decir que, de haberse tratado de otro político, las cosas habrían sido de otra manera. Hay muy pocos políticos en la historia que hayan demostrado valer la mitad de lo que se espera de ellos.

Hizo todo lo posible por salvar la piel y también por poner a salvo el poder que acaparaba antes de la sublevación. Una vez resuelto el problema de la rebelión en Barcelona trató de engañar a los que habían dado la cara por él; es decir, a los anarquistas y demás combatientes populares que acababan de batirse contra un ejército sin apenas armas. Porque Companys no les dio ni un tirachinas para que defendiesen la ciudad. Les tenía más miedo que a los fascistas.

He procurado no cortarme un pelo con la descripción de la personalidad de esos personajes aparentemente intocables como Companys, los sagrados, los que medio mundo admira sin saber nada de ellos. Lo cierto es que antes de empezar a documentarme creía que actuó de otra manera. Pero cuando todas las fuentes coinciden si excluimos la de sus seguidores, claro, que últimamente pretenden demostrar no sé qué barbaridades de la FAI amparados en el misterioso descubrimiento de unas libretas que nadie conocía, no cabe ninguna duda. Companys fue el mismo antes, durante y después de la batalla de Barcelona. Antes ya había perseguido a los que luego pusieron el pecho por él. Durante los combates se mantuvo totalmente al margen, sin atreverse a dar una orden y sin saber si prefería la victoria de unos o de otros. Y después, muy poco después, trató de arrancar a los anarquistas lo que no había tenido más remedio que entregarles para que no lo fusilaran en el mismo palacio de la Generalitat: el gobierno de la ciudad y de Cataluña entera.

(La foto está extraída de gutenberg-e.org. Companys está acompañado nada menos que por Vladimir Antonov-Ovseenko, cónsul de la Unión Soviética, cuyo papel en la Guerra Civil fue un poco más turbio de lo que algunos pretenden)

miércoles, 19 de diciembre de 2007

DOÑA ELENA Y DOÑA MATILDE, la voz del barrio


Sus nombres no tienen misterio. Se llaman así por azar. Representan al pueblo llano, a cualquiera, a la opinión de quien nunca ha buscado líos y los ha encontrado a la vuelta de la esquina. Por su modo de hablar parece que nunca hayan salido del barrio y, de hecho, bien podría ser así. Existen, eso sí. O al menos he extraído los personajes de personas reales que conocí durante los años que viví en Barcelona. El colmo fue un hombre, cuyo nombre omitiré, que nunca en sus más de treinta años se había desplazado más allá de las afueras de la ciudad. Nunca había visto un bosque al natural, un río con agua transparente, una vaca o un arado. Una noche le invitamos a ir de copas a Castelldefels, a unos veinte kilómetros de distancia. Nunca había ido tan lejos.

Doña Elena y doña Matilde se enteran de cuanto sucede a partir de lo que dicen los demás, de lo que alguien les dice que ha dicho uno que oyó decir algo en la tasca. Y lo bueno es que sus informaciones son casi siempre ciertas o, por lo menos, aproximadas. ¿Por qué no? Si han traído al del tercero con una bala en el hombro es porque hay tiros en la calle, no falla. Si el del colmado no abre, con lo tacaño que es, seguro que los líos son para asustarse. Y no buscan mucho más. Con saber eso les basta.

Son personajes que, aunque me hayan servido a modo de elementos de transición y para dar ritmo e información mundana al relato, no dejan de tener una profunda personalidad. Quizás, entre los personajes ficticios, sean los más reales.

domingo, 16 de diciembre de 2007

FEDERICA MONTSENY


Debo reconocerlo. Había ido dejando a Federica Montseny porque se me hace muy difícil describir su vida, su trayectoria y lo que yo creo que llevaba en su interior en tan poco espacio. De hecho, aunque dispusiera de mil páginas también se me haría cuesta arriba. Sin duda es una de las mujeres más influyentes en la política española. Y sin duda es una de las más desconocidas. El bombo que los comunistas dieron a la Pasionaria, por ejemplo, eclipsó la estrella de Federica, una mujer entera y consecuente con sus ideas. Fue también muy criticada por parte de los mismos anarquistas, pero eso es moneda común en un movimiento que nunca se ha definido por la homogeneidad de pareceres entre sus miembros.

Nació en Madrid en 1905 y fue hija de Joan Montseny (Federico Urales) y Teresa Manyé (Soledad Gustavo), dos intelectuales que, por medio de una editorial, promovieron los ideales anarquistas. Federica, pues, creció entre libros y entre los que los escribían, incluidos algunas de las figuras más representativas del anarquismo de entonces como Max Nettlau, por ejemplo, el Herodoto de la anarquía, que pasó largas temporadas en su casa. Naturalmente, esa cultura heredada se nota en sus discursos y en los textos que escribió a lo largo de su vida.

Pero lo más complicado de su figura llegó cuando se hizo cargo de la cartera del Ministerio de Sanidad en 1936. Fue la primera mujer que llegó a ministro y, por supuesto, la primera y única de ideología anarquista. El gobierno republicano tuvo mucho cuidado y mucha intención al proponer a la CNT cuatro carteras ministeriales. De ese modo alejaba la amenaza de una revolución anarquista en medio de la guerra civil. Y aunque todo pudo ser debido a una trampa para tener atados de pies y manos a los anarquistas, los cuatro nuevos ministros dieron la talla. Hicieron cosas tan adelantadas a su tiempo que aún hoy en día no están del todo aceptadas por la sociedad. Así, en el año 36, aparte de mejorar extraordinariamente el mundo sanitario, Federica reguló el aborto, creó un subsidio para las embarazadas, instaló clínicas paritorias en muchas ciudades así como liberatorios de prostitución, lugares donde se ofrecía a las prostitutas la posibilidad de ganarse la vida de otro modo.

A mí siempre me ha caído bien Federica Montseny. Por eso he intentado dotar al personaje de una sensibilidad y una ternura que chocan con la personalidad recia de muchos otros personajes de la novela y con el ambiente de guerra que había en las calles de Barcelona. Pero creo que ella era así. Al menos, es la impresión que siempre he extraído de la lectura de sus memorias.


Para saber más sobre Federica Montseny, no hay nada mejor que consultar la página del Centre d’Estudis Llibertaris Federica Montseny.

(La foto está extraída de espacioalternativo.org)

lunes, 10 de diciembre de 2007

GENERAL JOSÉ ARANGUREN


Pese a lo que se haya podido decir, la posición de la Guardia Civil junto al gobierno legítimo no decidió la batalla de Barcelona. Sin embargo, constituyó un voto de confianza para los paisanos que combatían en la calle y, sobre todo, fue un golpe duro para los facciosos. El final habría sido el mismo, pero el esfuerzo del pueblo habría sido mucho mayor.

Aranguren no lo tuvo fácil. Como general en jefe de la Guardia Civil de Cataluña debía tomar una decisión y, a sabiendas de que muchos de sus oficiales se habrían pasado al bando rebelde sin dudarlo, optó por continuar fiel al gobierno. Y con él, la mayor parte de los miembros del cuerpo. He procurado mantener al personaje un poco al margen de la acción, si bien me parece que sus combates telefónicos con el general Goded, responsable de la rebelión en Cataluña y Baleares, tienen la fuerza necesaria para dar a entender la importancia de su presencia en la batalla. De hecho estoy seguro de que fueron sus órdenes, y poco más, las que consiguieron que el coronel Escobar, Brotons y otros jefes de la Guardia Civil conservasen su lealtad a la República.

Como era de esperar en un hombre de honor, fue consecuente y no huyó de España cuando tuvo ocasión de hacerlo. Desde su punto de vista no hacía más que cumplir con su deber. Poco antes de acabar la guerra le arrestaron los llamados nacionales, le condenaron a muerte y le ejecutaron.

(La fotografía del guardia civil confraternizando con el pueblo es obra de Agustí Centelles. La hizo el mismo día 19 de julio de 1936)