En mi opinión, Companys perdió el gobierno de Cataluña cuando el pueblo se hizo con el arsenal del cuartel de san Andrés en los últimos compases de la batalla de Barcelona. Pero
Los rebeldes incurrieron en un error de bulto. Es cierto que Companys contaba con un contingente muy limitado de Guardias de Asalto y que, además, no estaban armados ni preparados para enfrentarse a la tropa. Los militares, entonces, creyeron que todo terminaría con cuatro tiros y un desfile triunfal por las avenidas de la ciudad. No fue así, claro que no. Porque en lugar de encontrarse con grupos dispersos de guardias a sueldo, tuvieron que vérselas con doscientos mil anarquistas con ganas de guerra.
Los planes de los rebeldes eran tan previsibles como infantiles. Casi todos los cuarteles estaban en las afueras de la ciudad y, por lo tanto, tratarían de avanzar hacia el centro en un movimiento de pinza. Lo demás, a su suerte. Apenas tomaron las precauciones más evidentes, lo que cualquier oficial recién licenciado hubiese tenido por básico.
La estrategia de la resistencia, dirigida por Buenaventura Durruti, Ascaso, García Oliver y otros miembros del legendario grupo anarquista Los Solidarios, era muy simple. Bastaba con permitir que los sublevados salieran de los cuarteles para atacarles después, poco a poco, al modo de la guerrilla. Cada balcón era una trinchera, cada esquina, cada portal. Los anarquistas habían tenido muchas ocasiones para estudiar esas calles, las plazas y los rincones de Barcelona. Durante años se las habían visto a tiros con la policía y con los matones de la patronal. El ejército, confiado en sus propias fuerzas y minusvalorando al enemigo como un novato en asuntos de guerra, no podía salir airoso del enfrentamiento. Pero no todo fue tan sencillo.
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