sábado, 22 de diciembre de 2007

LLUÍS COMPANYS


Desde el momento en que empecé a imaginar el libro supe que iba a ganarme enemigos con mi modo de ver al personaje de Companys. He de reconocer que no me importa. E incluso que me gusta que sea así. No hay como decir lo que uno piensa para poder ver en el espejo, por las mañanas, una imagen honesta que nos permita estar en paz con nosotros mismos. Y eso, en mi opinión, ha de ser al precio que sea. Me consta que hay gente que no puede ver su propia imagen porque tiene miedo de atisbar sus mentiras. Y, por otra parte, no me gustan los mártires ni los que creen en ellos.

Companys no estuvo a la altura. Lo digo así, sin temor a equivocarme y dándole la razón a García Oliver, por ejemplo, y a la mayoría de personas anónimas que combatieron en las calles mientras su presidente permanecía oculto tras los muros de la Comisaría de Orden Público. Ni siquiera se quedó en el palacio de la Generalitat a la espera de acontecimientos. En el patio de la Comisaría había dos automóviles con los depósitos llenos para escapar él y sus allegados en caso de ser necesario. Con eso no quiero decir que, de haberse tratado de otro político, las cosas habrían sido de otra manera. Hay muy pocos políticos en la historia que hayan demostrado valer la mitad de lo que se espera de ellos.

Hizo todo lo posible por salvar la piel y también por poner a salvo el poder que acaparaba antes de la sublevación. Una vez resuelto el problema de la rebelión en Barcelona trató de engañar a los que habían dado la cara por él; es decir, a los anarquistas y demás combatientes populares que acababan de batirse contra un ejército sin apenas armas. Porque Companys no les dio ni un tirachinas para que defendiesen la ciudad. Les tenía más miedo que a los fascistas.

He procurado no cortarme un pelo con la descripción de la personalidad de esos personajes aparentemente intocables como Companys, los sagrados, los que medio mundo admira sin saber nada de ellos. Lo cierto es que antes de empezar a documentarme creía que actuó de otra manera. Pero cuando todas las fuentes coinciden si excluimos la de sus seguidores, claro, que últimamente pretenden demostrar no sé qué barbaridades de la FAI amparados en el misterioso descubrimiento de unas libretas que nadie conocía, no cabe ninguna duda. Companys fue el mismo antes, durante y después de la batalla de Barcelona. Antes ya había perseguido a los que luego pusieron el pecho por él. Durante los combates se mantuvo totalmente al margen, sin atreverse a dar una orden y sin saber si prefería la victoria de unos o de otros. Y después, muy poco después, trató de arrancar a los anarquistas lo que no había tenido más remedio que entregarles para que no lo fusilaran en el mismo palacio de la Generalitat: el gobierno de la ciudad y de Cataluña entera.

(La foto está extraída de gutenberg-e.org. Companys está acompañado nada menos que por Vladimir Antonov-Ovseenko, cónsul de la Unión Soviética, cuyo papel en la Guerra Civil fue un poco más turbio de lo que algunos pretenden)

miércoles, 19 de diciembre de 2007

DOÑA ELENA Y DOÑA MATILDE, la voz del barrio


Sus nombres no tienen misterio. Se llaman así por azar. Representan al pueblo llano, a cualquiera, a la opinión de quien nunca ha buscado líos y los ha encontrado a la vuelta de la esquina. Por su modo de hablar parece que nunca hayan salido del barrio y, de hecho, bien podría ser así. Existen, eso sí. O al menos he extraído los personajes de personas reales que conocí durante los años que viví en Barcelona. El colmo fue un hombre, cuyo nombre omitiré, que nunca en sus más de treinta años se había desplazado más allá de las afueras de la ciudad. Nunca había visto un bosque al natural, un río con agua transparente, una vaca o un arado. Una noche le invitamos a ir de copas a Castelldefels, a unos veinte kilómetros de distancia. Nunca había ido tan lejos.

Doña Elena y doña Matilde se enteran de cuanto sucede a partir de lo que dicen los demás, de lo que alguien les dice que ha dicho uno que oyó decir algo en la tasca. Y lo bueno es que sus informaciones son casi siempre ciertas o, por lo menos, aproximadas. ¿Por qué no? Si han traído al del tercero con una bala en el hombro es porque hay tiros en la calle, no falla. Si el del colmado no abre, con lo tacaño que es, seguro que los líos son para asustarse. Y no buscan mucho más. Con saber eso les basta.

Son personajes que, aunque me hayan servido a modo de elementos de transición y para dar ritmo e información mundana al relato, no dejan de tener una profunda personalidad. Quizás, entre los personajes ficticios, sean los más reales.

domingo, 16 de diciembre de 2007

FEDERICA MONTSENY


Debo reconocerlo. Había ido dejando a Federica Montseny porque se me hace muy difícil describir su vida, su trayectoria y lo que yo creo que llevaba en su interior en tan poco espacio. De hecho, aunque dispusiera de mil páginas también se me haría cuesta arriba. Sin duda es una de las mujeres más influyentes en la política española. Y sin duda es una de las más desconocidas. El bombo que los comunistas dieron a la Pasionaria, por ejemplo, eclipsó la estrella de Federica, una mujer entera y consecuente con sus ideas. Fue también muy criticada por parte de los mismos anarquistas, pero eso es moneda común en un movimiento que nunca se ha definido por la homogeneidad de pareceres entre sus miembros.

Nació en Madrid en 1905 y fue hija de Joan Montseny (Federico Urales) y Teresa Manyé (Soledad Gustavo), dos intelectuales que, por medio de una editorial, promovieron los ideales anarquistas. Federica, pues, creció entre libros y entre los que los escribían, incluidos algunas de las figuras más representativas del anarquismo de entonces como Max Nettlau, por ejemplo, el Herodoto de la anarquía, que pasó largas temporadas en su casa. Naturalmente, esa cultura heredada se nota en sus discursos y en los textos que escribió a lo largo de su vida.

Pero lo más complicado de su figura llegó cuando se hizo cargo de la cartera del Ministerio de Sanidad en 1936. Fue la primera mujer que llegó a ministro y, por supuesto, la primera y única de ideología anarquista. El gobierno republicano tuvo mucho cuidado y mucha intención al proponer a la CNT cuatro carteras ministeriales. De ese modo alejaba la amenaza de una revolución anarquista en medio de la guerra civil. Y aunque todo pudo ser debido a una trampa para tener atados de pies y manos a los anarquistas, los cuatro nuevos ministros dieron la talla. Hicieron cosas tan adelantadas a su tiempo que aún hoy en día no están del todo aceptadas por la sociedad. Así, en el año 36, aparte de mejorar extraordinariamente el mundo sanitario, Federica reguló el aborto, creó un subsidio para las embarazadas, instaló clínicas paritorias en muchas ciudades así como liberatorios de prostitución, lugares donde se ofrecía a las prostitutas la posibilidad de ganarse la vida de otro modo.

A mí siempre me ha caído bien Federica Montseny. Por eso he intentado dotar al personaje de una sensibilidad y una ternura que chocan con la personalidad recia de muchos otros personajes de la novela y con el ambiente de guerra que había en las calles de Barcelona. Pero creo que ella era así. Al menos, es la impresión que siempre he extraído de la lectura de sus memorias.


Para saber más sobre Federica Montseny, no hay nada mejor que consultar la página del Centre d’Estudis Llibertaris Federica Montseny.

(La foto está extraída de espacioalternativo.org)

lunes, 10 de diciembre de 2007

GENERAL JOSÉ ARANGUREN


Pese a lo que se haya podido decir, la posición de la Guardia Civil junto al gobierno legítimo no decidió la batalla de Barcelona. Sin embargo, constituyó un voto de confianza para los paisanos que combatían en la calle y, sobre todo, fue un golpe duro para los facciosos. El final habría sido el mismo, pero el esfuerzo del pueblo habría sido mucho mayor.

Aranguren no lo tuvo fácil. Como general en jefe de la Guardia Civil de Cataluña debía tomar una decisión y, a sabiendas de que muchos de sus oficiales se habrían pasado al bando rebelde sin dudarlo, optó por continuar fiel al gobierno. Y con él, la mayor parte de los miembros del cuerpo. He procurado mantener al personaje un poco al margen de la acción, si bien me parece que sus combates telefónicos con el general Goded, responsable de la rebelión en Cataluña y Baleares, tienen la fuerza necesaria para dar a entender la importancia de su presencia en la batalla. De hecho estoy seguro de que fueron sus órdenes, y poco más, las que consiguieron que el coronel Escobar, Brotons y otros jefes de la Guardia Civil conservasen su lealtad a la República.

Como era de esperar en un hombre de honor, fue consecuente y no huyó de España cuando tuvo ocasión de hacerlo. Desde su punto de vista no hacía más que cumplir con su deber. Poco antes de acabar la guerra le arrestaron los llamados nacionales, le condenaron a muerte y le ejecutaron.

(La fotografía del guardia civil confraternizando con el pueblo es obra de Agustí Centelles. La hizo el mismo día 19 de julio de 1936)

martes, 27 de noviembre de 2007

JUAN GARCÍA OLIVER


Es el personaje más difícil. Entre los anarquistas con quienes hablé mientras buscaba datos hay opiniones para todos los gustos y más: que si fue un traidor, que si representó el ala más dura y pura del anarquismo o que si era militarista y solo pensaba en los entorchados. En cualquier caso es un gran olvidado de la historia. Quienes no tengan alguna relación con el mundillo anarquista no han oído hablar de él y sí, por ejemplo, de la Pasionaria, Carrillo, Durruti u otros protagonistas de la contienda.

Desde luego, fue uno de los más duros. Su pretensión de ir a por el todo chocó con la opinión de los moderados, los que creyeron imprescindible la cooperación con el gobierno para salir adelante. Cosa curiosa, más tarde aceptaría el nombramiento de Ministro de Justicia y sería, junto a Federica Montseny, Juan Peiró y Juan López, uno de los cuatro únicos anarquistas que asumirían una cartera ministerial en toda la historia.

También es uno de los personajes auténticos más interesantes. Ignoro si lo he retratado como realmente fue, pero he de decir que, al menos, ese retrato es como yo quería que fuese. Nunca hizo las cosas sin meditarlas. Un asunto cualquiera podía adquirir, en sus manos, una dimensión extraordinaria. Fue crítico y exigente hasta el punto de que era temido por sus discursos plagados de llamadas al deber. Pero el cumplimiento de ese deber no era, a sus ojos, cosa de los demás exclusivamente. También era exigente consigo mismo.

Como es natural, García Oliver siempre ha sido examinado junto a sus dos compañeros más conocidos: Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso. Dicen que se complementaban, que habría sido imposible que hubiesen llegado donde llegaron por separado. Yo también lo creo así. Los tres fueron personalidades únicas e irrepetibles, pero en conjunto fueron casi indestructibles.


Para saber sobre García Oliver recomiendo:

García Oliver, Juan, El eco de los pasos, Editions Ruedo Ibérico, París, 1978.

—GÓMEZ, FREDDY, Juan García Oliver, Colección de Historia Oral: El movimiento libertario en España, Fundación Salvador Seguí Ediciones, Madrid, 1990.

—MARÍN, DOLORS, Ministros anarquistas, Random House Mondadori, Barcelona, 2005.


(La foto está extraída de plusloin.org)

viernes, 23 de noviembre de 2007

AGUSTÍ CENTELLES


Es uno de esos personajes que aparecen a medida que uno va escribiendo, que no estaba previsto y que poco a poco va haciéndose un hueco en el relato hasta que se convierte en indispensable. Yo había pensado en basarme en sus fotos para reflejar parte de la realidad de la batalla. Sabía que se lanzó en seguida a las calles con su Leika y que no dudó en tomar parte por las fuerzas leales al gobierno, pero no podía imaginar que, como personaje, iba a adquirir tanta fuerza. La misma que tienen sus fotos.

Centelles supo novelar la batalla del 19 de julio en Barcelona. No estuvo allí como alguien que, ajeno a los hechos, va tomando notas en una libretita y luego vuelve a su casa como si no hubiese pasado nada. Vivió aquello intensamente y, no contento con eso, nos dejó en herencia las imágenes que captó su cámara. Sin duda fue uno de los que comprendieron mejor, en tiempo real, todo cuanto sucedió durante aquellas treinta y pico horas de lucha. No pude resistirme a la tentación de convertirlo en personaje.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

EL VIEJO DE LA GORRA


Se trata de un personaje ficticio y real. Es tan ficticio que no tiene nombre y, sin embargo, está sentado en la esquina de muchas tabernas de España, en los parques, en las sedes de los sindicatos. El Viejo de la gorra es la voz de un amigo que sabe mucho de la vida y del mundo, la teoría hecha historia, la prudencia y, a la vez, las ganas de seguir luchando. Creo que siempre he pensado en él y siempre he querido que entrase a formar parte de alguno de mis escritos.

Supongo que habrá un buen sector de lectores a los que no les gustará. No sé por qué, pero me da esa sensación. Es demasiado claro, no tiene contradicciones. No hay quien le lleve la contraria cuando empieza a hablar. Pero me parece que nadie le contradice porque ése es el juego, dejarle hablar aunque de vez en cuando diga cosas de viejo.

Su vida tuvo que ser muy difícil. Los obreros de su época trabajaban de sol a sol a cambio de un salario que apenas alcanzaba para mantener a la familia. La mayoría de ellos aprendieron a leer en el sindicato o en la cárcel. El Viejo de la gorra tiene algo de los anarquistas que alfabetizaron a media España con su método racionalista. Tiene algo de Anselmo Lorenzo y de Ferrer i Guàrdia. Es el anarquismo puro, la Revolución. Quizás esa fuese la razón de que no me resultara tan fácil de definir como pueda parecer en un principio. Tenía que clavar la personalidad del personaje. Su carácter no podía tener fisuras. Y eso que me he permitido algunas licencias. Por ejemplo, se atiza unos buenos tragos de vino mientras conversa y los anarquistas de la época no bebían. No tenían vicios. Por eso el personaje tiene mucho de arquetipo.


Aunque el Viejo de la gorra nunca existió y por lo tanto no puede haber bibliografía sobre su figura, hay unos libros que me inspiraron para crearlo. En especial:

—LORENZO, ANSELMO, El proletariado militante, Memorias de un internacional, Edición de la Confederación Sindical Solidaridad Obrera, Madrid, 2005.

Paz, Abel, Los internacionales en la región española, 1868-1872, Ediciones del autor, Barcelona, 1992.

RECLÚS, ELÍAS, Impresiones de un viaje por España en tiempos de Revolución, Editorial Piedra de Rayo, Logroño, 2007.

martes, 20 de noviembre de 2007

EL ENTIERRO DE DURRUTI (2)



EL ENTIERRO DE DURRUTI (1)


Hoy hace 71 años que murió Buenaventura Durruti. En El corto verano de la Anarquía (Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1977), Hans Magnus Enzensberger dice citando a H. E. Kaminski:


El comienzo del funeral había sido fijado para las diez. Ya una hora antes era imposible acercarse a la casa del Comité Regional Anarquista. Nadie había pensado en bloquear el camino que el cortejo fúnebre recorrería. Los obreros de todas las fábricas de Barcelona se habían congregado, se entreveraban y se impedían mutuamente el paso. El escuadrón de caballería y la escolta motorizada que debían haber encabezado el cortejo fúnebre, se hallaban totalmente bloqueados, estrujados por la muchedumbre de trabajadores. Por todas partes se veían coches cubiertos de coronas, atascados e imposibilitados de avanzar o retroceder. Con un esfuerzo mayúsculo se logró allanar el camino para que los ministros pudieran llegar hasta el catafalco.

A las diez y media, el ataúd de Durruti, cubierto con una bandera rojinegra, salió de la casa de los anarquistas, llevado en hombros por los milicianos de su columna. Las masas dieron el último saludo con el puño en alto. Entonaron el himno anarquista Hijos del Pueblo. Se despertó una gran emoción. Por alguna razón, o por inadvertencia, se había hecho venir a dos orquestas: una tocaba muy bajo, y la otra muy alto. No lograban tocar al mismo compás. Las motocicletas rugían, los coches tocaban la bocina, los oficiales de las milicias hacían señales con sus silbatos, y los portadores del féretro no podían avanzar. Era imposible organizar el paso de una comitiva en medio de ese tumulto. Ambas orquestas volvieron a ejecutar la misma canción una y otra vez. Ya habían renunciado a mantener el mismo ritmo. Se escuchaban los tonos, pero la melodía era irreconocible. Los puños seguían en alto. Por último cesó la música, descendieron los puños y se volvió a escuchar el estruendo de la muchedumbre en cuyo seno, sobre los hombros de sus compañeros, reposaba Durruti.

Pasó por lo menos media hora antes de que se despejara la calle para que la comitiva pudiera iniciar su marcha. Transcurrieron varias horas hasta que llegó a la plaza Cataluña, situada sólo a unos centenares de metros de allí. Los jinetes del escuadrón se abrieron paso, cada uno por su lado. Los músicos, dispersados entre la multitud, trataron de volver a reunirse. Los autos que habían errado el camino dieron marcha atrás para encontrar una salida. Los coches cargados de coronas dieron un rodeo por calles laterales para incorporarse por cualquier parte al cortejo fúnebre. Todos gritaban a más no poder.

No, no eran las exequias de un rey, era un sepelio organizado por el pueblo. Nadie daba órdenes, todo ocurría espontáneamente. Reinaba lo imprevisible. Era simplemente un funeral anarquista. Y allí residía su majestad. Tenía aspectos extravagantes, pero nunca perdía su grandeza extraña y lúgubre.

lunes, 19 de noviembre de 2007

BUENAVENTURA DURRUTI


Mañana, veinte de noviembre, será el 71 aniversario de la muerte de Buenaventura Durruti, icono del anarquismo y de la Revolución. Tras la gloria que dejó encontraron, en su maleta, una muda de ropa y un par de objetos personales sin apenas valor. No tenía nada más en este mundo. Su entierro se cuenta entre los más multitudinarios de la historia de España y fue, sin duda, el más desordenado, el más caótico, el más anarquista. Durruti no llegó a ministro como sus compañeros Juan García Oliver, Federica Montseny, Juan López y Juan Peiró. Tampoco habría sabido serlo. Cuando estuvieron a punto de atarle a una silla de despacho huyó al frente de Aragón. Con él no iban las diplomacias ni las burocracias. Fue un hombre de acción.

Su trayectoria es tan increíble que muy pocos historiadores se han atrevido a darle forma en un libro. Se ha escrito mucho de él, pero casi siempre a trozos, con muchas lagunas, como si no se pudiera dar cuenta de las hazañas y no tan hazañas del personaje sin dedicar demasiados años de estudio. No debe ser un asunto rentable. Tan sólo Abel Paz ha escrito una biografía completa: Durruti en la Revolución española, editado por la Fundación Anselmo Lorenzo.

De modo que no seré yo, aquí y ahora, quien se queme las pestañas intentando desgranar la leyenda del anarquista Durruti. Aunque puedo decir unas palabras, claro está. Nació en León, de familia muy humilde. Después de años de persecuciones, de mítines, de mil delitos, de cárcel, de exilios y de regresos para seguir con lo mismo, configuró una parte esencial de la resistencia contra el fascismo al principio de la Guerra Civil española. Peleó como cualquiera en las calles de Barcelona el 19 de julio del 36. Es habitual entre los anarquistas. Los líderes no lo son por herencia o por grado, sino porque los demás quieren que lo sean. Y tanto Durruti como sus compañeros de tantos años de lucha dieron la talla, estuvieron siempre en primera línea, donde se les viese.

El avance hacia Zaragoza consiguió hacer realidad una utopía: las colectivizaciones. En cuanto la Columna Durruti llegaba a un pueblo, cambiaba el sistema y se hacía anarquista. Y funcionó. Durante casi un año, buena parte de Aragón y Cataluña fue anarquista. Las relaciones del gobierno republicano con el de la URSS dieron al traste con todo eso. Pero ahora no viene a cuento.

Durruti marchó al frente de Madrid porque se lo pidieron. Al parecer faltaba un estímulo para que los milicianos perdiesen el miedo a las terribles columnas africanas que llegaban del sur. La capital parecía perdida. El gobierno huyó a Valencia y dejó abandonados al pueblo de Madrid, a una columna de brigadistas y a una fracción de la Columna Durruti que estaba a punto de llegar. Los anarquistas ni siquiera pudieron hacerse cargo de la situación. Combatieron nada más llegar, en medio de un caos de organización. Pronto, quizás demasiado, una bala acabó con la vida de Buenaventura Durruti en la Ciudad Universitaria. Nunca se supo quién fue. Hay quien dice que fueron los comunistas. Hay quien afirma que fue un anarquista despechado. Y hay quien supone que el naranjero que Durruti llevaba en las manos pudo dispararse por accidente.


Entre la bibliografía sobre Durruti, cabe destacar:

Paz, Abel, Durruti en la revolución española, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, Madrid, 1996.

—MAGNUS ENZENSBERGER, HANS, El corto verano de la anarquía, Editorial Anagrama, Barcelona, 2002.

Llarch, Joan. La muerte de Durruti, Producciones Editoriales, Barcelona, 1977.

—SANZ, RICARDO, Los que fuimos a Madrid, Columna Durruti, 26 División, sin mención de editorial, 1969.

Amorós, Miquel, Durruti en el laberinto, Muturreko Burutazioak, Bilbao, 2006.

viernes, 16 de noviembre de 2007

ARMAND, EL ANARQUISTA FRANCÉS


Dicen que la última guerra civil española fue el ensayo de la II Guerra Mundial, que en ella se probó el armamento que después se utilizaría en Europa y que fue el punto de mira de innumerables observadores internacionales. Entre ellos, claro está, hay que incluir a los idealistas y los románticos.

La Guerra Civil atrajo a miles de voluntarios dispuestos a combatir por una idea o, si no, para que no triunfara la otra; es decir, el fascismo. Alguien la llamó La última guerra romántica, y desde mi punto de vista tuvo razón. ¿Se ha dado después algún caso parecido? Es del todo impensable que los jóvenes de hoy en día pudiesen dejar la comodidad de sus hogares para ir al extranjero a luchar por un ideal. Que nadie me hable de los muyahidines. Las cosas de la religión sólo pueden caber en el saco de las imposiciones o de la sinrazón. Nunca de los ideales.

Armand, un francés enamorado del anarquismo español, llega poco antes de que estalle la sublevación. Representa a la intelectualidad extranjera, al Hemingway que llegó más tarde, a Jay Allen, a Saint-Exupèry, a Malraux, a Pruszyński, a Orwell, incluso a Kolstov. Más allá de las inquietudes de los meros combatientes, como sería el caso de los brigadistas internacionales, Armand quiere participar de una utopía en marcha. España, que por carácter y tradición es el lugar más apropiado para la implantación de una revolución anarquista, le proporciona la sensación de encontrarse en el paraíso de cuanto ha soñado. Por eso se instala en Barcelona. No por pegar tiros, que en el fondo le dan hasta miedo, sino para ser testigo de algo que puede mover el mundo en una dirección diferente.

Armand me sirvió para analizar la situación desde el cómodo butacón de una casa de lujo. Menos él y sus interlocutores, todo el mundo está al pie del cañón, en la calle, en los edificios oficiales, en los centros de distribución de alimentos y demás. Armand, en cambio, ve las cosas desde una distancia que le proporciona un punto de vista tranquilo y reflexivo. Sus interlocutores, además, juegan con él al juego de las preguntas inteligentes. En esas conversaciones apenas hay cortesías o diplomacias. Los planteamientos son como balas, si bien siempre tienen un deje de amistad, de cariño mutuo entre los que hablan. Si algún día escribo una segunda parte, como de hecho ya me he planteado, sin duda seguirá estando Armand como personaje invitado.

jueves, 15 de noviembre de 2007

GENERAL MANUEL GODED


Conspirador de vocación, estuvo presente en todas las intrigas para derribar la dictadura de primo de Rivera y luego la República. Encabezó la rebelión en las Islas Baleares y, una vez dominada la situación, se dirigió a Barcelona para hacerse cargo del alzamiento en Cataluña. Sin embargo, ni él ni sus asesores habían valorado seriamente la resistencia que podían oponer los milicianos anarcosindicalistas. Nada más tomar tierra se dio cuenta de que estaba metiéndose en una ratonera. Así se lo hizo saber uno de sus lugartenientes, a quien le respondió que era una cuestión de honor: Dije que iba a venir y aquí estoy. Eso le honra, no hay duda, y así lo doy a entender en el relato.

Intentó por todos los medios llevar la situación a su terreno. No pudo. Hizo lo imposible para hacerse obedecer por las fuerzas leales a la República, pero ya era tarde y sus intentos sólo consiguieron llevarle al borde del suicidio. Los que estaban a su alrededor impidieron que se pegara un tiro poco antes de caer en manos del enemigo. Fue fusilado veinte días más tarde en el castillo de Montjuïc.

Goded fue coherente con lo que pensaba. Pudo irse y no lo hizo. No sé si el paso del tiempo ha hecho que mire a los protagonistas de aquella batalla de un modo diferente a como lo haría en caso de haber sido otro el escenario. Supongo que sí. Es fácil idealizar o incluso inventar las personalidades de unos individuos semejantes. Pero me parece que hay mucho más que eso y que, efectivamente, el 19 de julio del 36 se dieron cita en Barcelona unos tipos de una madera especial. Goded, Escobar, Durruti, García Oliver, Gorkin, Solano, Companys, Federica Montseny y tantos otros parecen escogidos para la ocasión. Aunque sí, ya sé. Si la historia hubiese sido otra y otros los personajes, podría decir algo parecido a lo que he dicho. No obstante me gusta pensar que fue una casualidad extraordinaria, algo irrepetible.

(La foto está extraída de www.fideus.com)

miércoles, 14 de noviembre de 2007

LOS PERSONAJES FICTICIOS


Siempre me ha resultado más fácil crear que copiar o tener que basarme en algo hecho por otros. Novelar unos acontecimientos reales se me hacía al principio un enorme trabajo al que, además, no estaba acostumbrado. ¿Cómo se hacía eso de robar un personaje a la Historia y moverlo por un escenario? ¿Cómo hacerle decir según qué cosas? ¿Qué debía hacer para no traicionar su personalidad? La inclusión de personajes ficticios en la narración suponía un soplo de aire, un descanso de tanto andarme con ojo para no meter la pata. Por otra parte, esos personajes me iban a ayudar a ofrecer el ambiente apropiado, las explicaciones que los personajes reales no podían dar y el ritmo para saltar de una situación a otra. Creo que es muy fácil detectarlos. La niña de la ventana, Armand, Fontcoberta y el viejo de la gorra son casi arquetipos. Llenan los vacíos que dejan los personajes auténticos. Por ejemplo, Armand, el anarquista francés, representa la presencia de los idealistas extranjeros en la contienda. Tal vez mucho más que los brigadistas —que todavía no habían llegado—
o que ese puñado de atletas que llegaron a Barcelona para celebrar unas Olimpiadas paralelas a las de Berlín, presididas por el propio Adolf Hitler. La niña de la ventana pretende ser la pincelada de dulzura que hacía falta para suavizar la dureza de la situación general. Y el viejo de la gorra… bueno, está claro. Es la teoría, el anarquismo personificado, la voz de la experiencia, ese anciano que está en todas las sedes de los sindicatos contando historias de tiempos pasados. Los demás, los que no tienen nombre o no se ven tanto, forman parte del bulto, que, no por ser ruido de fondo, deja de ser importante. Iré alternando el análisis de estos personajes con el de los personajes reales.

martes, 13 de noviembre de 2007

CORONEL ANTONIO ESCOBAR


Aunque pueda parecer extraño, tal vez sea uno de los personajes a los que tomé más cariño mientras escribía la novela. No sé si en caso de de haberle conocido personalmente podría decir lo mismo. Era un Guardia Civil de los de antes, un hombre recto, autoritario, amante de la familia y, según quienes le conocieron, más católico que Dios. Pero también representó el triunfo de los principios y de la palabra dada sobre la traición y la deslealtad. Probablemente habría participado en el alzamiento con todo su corazón, pero su concepto del deber le obligó a ponerse de parte del pueblo y, con él, el regimiento que estaba a sus órdenes. Es una de las contradicciones de aquella guerra que tuvo casi tantas variantes, posturas e ideologías como combatientes.

Aparte de participar en los hechos de julio de Barcelona, estuvo presente en otros escenarios bélicos como Talavera, Escalona, Navalcarnero y Madrid, por ejemplo, donde el frente estaba en las afueras de la ciudad y el coronel, en cierta ocasión, se quejó de tener que acudir a la guerra en metro.

Fue fusilado en Montjuïc el 8 de febrero de 1940. Se rindió en Ciudad Real al general Yagüe y, según se dice, éste le propuso la posibilidad de huir a Portugal en avión. Escobar, hombre de honor como pocos, se negó y le dijo que Las guerras hay que saber perderlas; a lo cual le respondió Yagüe: ¿Y quién le garantiza a usted que nosotros vamos a saber ganarlas?


Para saber mejor lo que significó el coronel Escobar puede consultarse:

Risques, Manel y Barrachina, Carles, Procés a la Guàrdia Civil, ECSA, Barcelona, 2001.

Olaizola, José Luis, La guerra del general Escobar, Editorial Planeta, Barcelona, 1983.

(La foto de arriba está extraída de www.rojoyazul.net)

lunes, 12 de noviembre de 2007

LOS PERSONAJES REALES


Es la primera vez que asumo el riesgo de introducir personajes reales en un relato o, mejor dicho, por primera vez escribo una crónica novelada de algo que sucedió. Además, no se trata sólo de tomar ejemplos de la realidad y plasmarlos según convenga a la narración, sino de reflejar la personalidad de unos individuos que tuvieron cierto peso en la historia de nuestro país. No es cuestión de meter mucho la pata, entonces. Por ejemplo, en sus intervenciones ha de notarse que Juan García Oliver tenía al presidente Companys por un cobarde. Así lo dejó escrito en sus memorias, El Eco de los Pasos, cuya lectura debería ser obligatoria en los colegios según el punto de vista del viejo anarquista Abel Paz. Ha de notarse a la primera, también, que Durruti seguía más a su corazón que a cualquier razonamiento, que no era tan crítico como sus compañeros y que atendía, sobre todo, a lo que decidiese la asamblea. Ascaso, en cambio, era el cálculo, la frialdad, la piedra angular del más famoso trío de revolucionarios españoles.

Tampoco he querido dejar huérfanos de personalidad a los mandos de segunda línea en el bando de los sublevados. Habría sido fácil pasar de puntillas ante unos individuos que, en el fondo, no hacían más que seguir los dictados de sus superiores. Pero creo que cada cual debe tener su espacio en el relato y que, como digo muchas veces, la definición de esos personajes secundarios que apenas se dejan ver es esencial para dar solidez a la historia. Así pues, he procurado no dejarme llevar por argumentos que, si no alteraban demasiado la historicidad de la narración, se me hacían fantasiosos o chocaban con el sentido común. Por ejemplo, leí en varios lugares que los oficiales rebeldes habían repartido coñac entre la tropa para emborrachar a los soldados, engañarles diciendo que iban a defender a la República de una revuelta anarquista y obligarles así a que les siguieran. Bueno, no me lo creí. ¿A quién le interesaría disponer de combatientes borrachos? Probablemente les dieron un trago de coñac para infundirles valor. Nada más. También leí en demasiadas ocasiones que algunos individuos sacerdotes, por supuesto dispararon a la población desde los campanarios de las iglesias. Es posible que eso sucediera una o dos veces y de hecho lo sugiero en alguna parte del libro, pero me extrañaría mucho que hubiese sido algo tan habitual como pretenden algunos autores.

También está el pueblo, personaje colectivo que es a la vez auténtico y ficticio. Ahí tuve más margen de movimientos, aunque tampoco podía dejarme llevar demasiado por la inventiva porque corría el riesgo de falsear precisamente el ambiente de fondo, algo tan imprescindible para comprender la situación como los propios hechos.

En cuanto a los grandes ausentes, los militantes del entonces casi inexistente partido comunista y los nacionalistas, apenas se les vio el pelo durante aquellas treinta y pico horas de lucha. Luego sí. Pero eso forma parte de otra historia que tal vez escriba algún día.

Esa es la base. A partir de ahora iré analizando la personalidad de los principales personajes reales del 19 de julio de 1936 en Barcelona y el trato que les he dado en la novela. Si se tercia, habrá también una nota bibliográfica.

(En la foto, el pueblo celebra la victoria sobre los facciosos en el carrer Ample de Barcelona. Imagen extraída de http://bataillesocialiste.wordpress.com)

sábado, 10 de noviembre de 2007

IV

LA NOVELA, A PESAR DE TODO

Pero llegaron los malos vientos. Graves problemas familiares desviaron el rumbo de mis inquietudes y mis proyectos dejaron de serlo, al menos, de momento. Después me quedé sin trabajo. Pasé un año y medio volcado en el arte de existir, conocí a gente muy valiosa y disfruté de nuevas vivencias, pero no escribí ni una línea. Parecía que no pudiera pasar nada más cuando, en una visita al médico que yo creía sin importancia, me detectaron un tumor en las cuerdas vocales; o sea, un cáncer.

Con ayuda de mi compañera pude vencer a la enfermedad. Fueron cuatro o cinco meses de pruebas, ya que los primeros médicos pretendían dejarme sin voz para siempre, y otros cuatro meses y medio de radio y quimioterapia. Para evadirme amontoné sobre la mesa los apuntes que había ido tomando y empecé a escribir. El día 12 de abril me dijeron que del cáncer solo quedaba el recuerdo, que conservaría la voz y que, si seguía comportándome como es debido, podría seguir viviendo como cualquiera. Eso sí: sin fumar. Un mes más tarde, más o menos, terminaba el relato.

La verdad es que no sé cómo pude ni siquiera poner orden en los datos que tenía. Se me haría difícil hoy en día, sin medicaciones, sin calmantes, sin efectos secundarios de la quimioterapia y sin amenazas de operaciones brutales que ya no deberían tener cabida en nuestra época y, sin embargo, siguen haciéndose. Pero el texto fluyó. Mientras escribía el relato continuaba documentándome sobre aquellos tres días de julio. A veces tenía que volver a lo ya escrito para rectificar alguna secuencia sobre la marcha. No era nada grave. La estructura fragmentada de la obra me permitía ir hacia delante y hacia atrás a mi conveniencia. Y, como digo, poco más tarde de saber que estaba libre de peligro, envié el texto a varias editoriales. Pronto, al cabo de un mes, respondieron de la Fundación Anselmo Lorenzo. Estaban dispuestos a editar el libro.


viernes, 9 de noviembre de 2007

III

LOS VARIOS INICIOS DE LA NOVELA

Según creo recordar, estuve horas mirando el título del futuro libro, sopesé pros y contras, evalué mentalmente el trabajo que tenía por delante y, al final, me dije: Que lo escriba otro. De pronto se me hacía todo muy cuesta arriba. Debía poner orden en la documentación, estudiar y definir la personalidad de un montón de personajes reales, moverlos a la vez por los diferentes escenarios donde tuvo lugar la batalla, crear e introducir unos cuantos personajes ficticios para ayudar a la comprensión del relato y, por si eso fuese poco, tratar de que no se me fuese de las manos y se convirtiese en un rollo infumable para los lectores. Era demasiado.

Al día siguiente volví a la carga y conseguí escribir un párrafo. Luego otro. Y otro. Mientras tanto continuaba buscando y leyendo libros acerca de aquellas treinta horas de guerra en las calles de Barcelona. Empecé a plantearme que hubiese medio centenar de personajes secundarios y, siguiendo los consejos de John Ford, que estuviesen mejor definidos aún que los protagonistas. Eso es esencial a la hora de escribir un guión o una novela, y mi relato iba a tener algo de ambas cosas. Los personajes secundarios son el alma de la historia, son torpes, a veces meten la pata y por eso el lector se identifica con ellos fácilmente. El protagonista siempre está muy alto, es perfecto. En cambio, los que le rodean… bueno, todo el mundo sonríe al hablar de Obèlix, por ejemplo; y Astèrix, en cambio, no le dice nada a nadie. ¿Quién recuerda a Tintín con más cariño que a los Hernández y Fernández, el Capitán Haddock o Tornasol? Tanta es la importancia de los personajes secundarios que existe una novela cuyo título los nombra y olvida al protagonista: Los Tres Mosqueteros. ¿Iba a escribir una novela compuesta sólo de secundarios? Casi.

Escribí unas veinte páginas. El texto empezaba bien, con bastante contundencia y lo que me parecieron pinceladas apropiadas para atrapar al lector. Enganchaba. Pero una vez resuelto ese principio volví a quedarme en blanco. Había mucho por delante y la información de que disponía no era suficiente. Era muy consciente de que un frenazo para buscar más documentación podía mandar al traste todo el proyecto, pero no me quedaba más remedio. Había empezado a escribir antes de tiempo y tenía que pagar ese error propio de novatos.

Lo malo es que pasaron dos años y medio. Durante ese tiempo hice otras muchas cosas, claro, pero El día de Barcelona continuaba rondándome en la cabeza como exigiendo que volviese a tenerlo en cuenta. Sin embargo, y como suele suceder en esos casos, no sabía cómo continuar. Debía volver a empezar o, por lo menos, escribir de nuevo lo escrito para meterme en ambiente. Me lo propuse. Seguía pareciéndome una buena idea y tenía ganas de llevarla a cabo.

(La mancha de arriba está extraída de bananamoon.wordpress.com)


jueves, 8 de noviembre de 2007

II

LA DOCUMENTACIÓN DEL 19 DE JULIO

El libro de Abel Paz me cautivó. Describía los prolegómenos del enfrentamiento en los cuarteles, en las calles, en los edificios oficiales de la ciudad de Barcelona y después, de un modo cronológico y más o menos minucioso, se extendía en la narración de la batalla. Creo que desde las primeras páginas supe que ese texto iba a servirme de punto de partida para escribir una novela, un ensayo o ni sabía qué. También me di cuenta de que la tarea iba a conllevar un esfuerzo brutal durante meses. Y es que, al parecer, en aquellos días de julio del 36 no hubo solo dos bandos como me habían repetido unos y otros hasta la saciedad. Tampoco el reparto de fuerzas estuvo tan claro. Yo sabía que al menos una parte de la Guardia Civil se había puesto de parte del pueblo, pero ignoraba que también algunos mandos militares defendieron la República, que otros cuantos Guardias de Asalto apoyaron a los sublevados cuando empezaron los tiros, que la Generalitat tenía un punto de vista diferente al del gobierno de España y que, enfrente de todos ellos, había trescientos mil anarquistas dispuestos a llevar a cabo la revolución social que soñaban desde hacía años. Claro. ¿Cómo había podido ser tan tonto para creer en buenos y malos?

Sin embargo se trataba de un único libro, una única fuente de información. Me gustó, ya lo he dicho, pero el autor era anarquista y tal vez toda la información estuviese teñida de rojo y negro. Era necesario buscar más documentación y contrastarla. O sea que empecé a leer libros, artículos de revistas y periódicos escritos por anarquistas, comunistas, fascistas y, con especial atención, periodistas e historiadores extranjeros. Al cabo de unos meses no me cabían dudas. Si bien con algunas incorrecciones y lagunas, el texto de Abel Paz se ajustaba con bastante precisión a lo que sucedió.

En mi búsqueda de información tuve la suerte de dar con dos personas a quienes debo mi agradecimiento de una manera especial. El primero es José Ramón Arias. Sin apenas conocerme, me envió algunos libros descatalogados que de ningún otro modo habría podido conseguir. Gracias a él pude leer un par de obras de Abad de Santillán y el famoso Eco de los Pasos, la autobiografía de Juan García Oliver. El otro personaje fue Wilebaldo Solano, líder de las juventudes del POUM durante la batalla de Barcelona. Su información de primera línea me proporcionó muchos detalles esenciales para elaborar la imagen de la ciudad antes y durante la batalla. No en vano conoció a Durruti y a algunos otros militantes de la CNT y la FAI.

Ya tenía buena parte de cuanto necesitaba. Quería más de todo, más libros, más fotos, pero podía empezar a escribir un primer borrador mientras seguía rebuscando en los cajones más ocultos de los centros de documentación. Me senté ante los montones de libros y papeles amontonados sobre la mesa, conecté el ordenador y escribí: El día de Barcelona.

(En la foto, Andreu Nin y Wilebaldo Solano. La imagen está extraída de www.fundanin.org)

miércoles, 7 de noviembre de 2007

I

UNA REVOLUCIÓN ANARQUISTA

A finales del año 2001 asistí con un amigo a la conferencia que dio Abel Paz en la Facultad de Historia de la Universidad de Girona. Era uno de los actos programados con motivo del centenario del nacimiento de Juan García Oliver, aquel legendario anarquista que alternó el delantal de camarero con la teoría revolucionaria, la cárcel y el revólver. Supongo que, con nuestros casi cuarenta años, mi amigo y yo desentonábamos en medio de una veintena de estudiantes nacidos después de la Transición y que a duras penas debían saber quién fue Franco. Abel Paz, o Diego Camacho, o como quiera llamarse ese individuo que necesitó seis nombres para salvar el pellejo en un pasado, se dio cuenta inmediatamente de cuál era la situación y, en lugar de lanzarse a hablar del tema previsto, preguntó a bocajarro:

—¿Habéis oído hablar de la Revolución española?

Se produjo un silencio. Los estudiantes se miraron unos a otros con una sonrisa en los labios y como diciendo: ¿De qué habla el abuelo éste? Mi amigo y yo también nos miramos, pero no nos atrevimos a sonreír. Ninguno de los dos habíamos oído hablar jamás de tal cosa.

—¿No? —insistió Abel Paz—. ¿No sabéis nada de la Revolución española? ¿Y qué os enseñan entonces? ¿Os suena la Guerra Civil?

Eso sí nos sonaba, claro. No en vano nos tocó vivir aquella Transición que pudo ser el epílogo de la guerra y que, por cierto, no fue tan ejemplar como la imagen que nos han intentado vender más tarde. Abel Paz, con sus ochenta y pico años a cuestas, habló de un modo más bien disperso, como si estuviera en una tertulia entre amigos. Lo cierto es que no recuerdo con precisión su discurso. Me había cegado el primer mensaje. ¿Una revolución anarquista? ¿Y en España? No soy ningún inculto. A lo largo de mi vida he leído muchos libros, muchísimos, y el estudio de la historia de nuestro país es una afición que he ido cultivando a mi aire aunque apenas sin descanso. Entonces, ¿cómo era posible que nunca hubiese oído hablar de ninguna revolución española? ¿Por qué? Me sonaba haber leído algo acerca de ciertas comunidades anarquistas en la Cataluña de la Guerra Civil, pero afirmar que en ese entonces se produjo una revolución parecía el comentario de un iluminado. Una Revolución anarquista, me repetía una y otra vez.

Al salir compré uno de los libros que Abel Paz expuso sobre la mesa. Lo había escrito él y se titulaba 19 de Juliol del 36 à Barcelona. Al empezar a leerlo me di cuenta de que ése podía ser el punto de partida de algo nuevo.

(Sigue en La Documentación del 19 de julio)

(En la foto, Abel Paz. Imagen extraída de www.zmag.org)


martes, 6 de noviembre de 2007


El Día de Barcelona
(Crónica del inicio de una Revolución)

Dentro de muy poco tiempo saldrá a la calle mi nuevo libro. Se titulará El día de Barcelona, (Crónica de una Revolución). Más que una novela es una crónica novelada de lo que sucedió en Barcelona durante las treinta horas que siguieron al alzamiento militar o, dicho de otra manera, de cómo los anarquistas aplastaron la sublevación fascista y pasaron a ser los dueños de la ciudad y de toda Cataluña. Lo editará la Fundación Anselmo Lorenzo. En este blog comento por qué y cómo escribí el relato, así como analizo a los personajes ficticios y reales que aparecen en él.

(La foto de arriba es de Centelles)