LOS PERSONAJES FICTICIOS
Siempre me ha resultado más fácil crear que copiar o tener que basarme en algo hecho por otros. Novelar unos acontecimientos reales se me hacía al principio un enorme trabajo al que, además, no estaba acostumbrado. ¿Cómo se hacía eso de robar un personaje a la Historia y moverlo por un escenario? ¿Cómo hacerle decir según qué cosas? ¿Qué debía hacer para no traicionar su personalidad? La inclusión de personajes ficticios en la narración suponía un soplo de aire, un descanso de tanto andarme con ojo para no meter la pata. Por otra parte, esos personajes me iban a ayudar a ofrecer el ambiente apropiado, las explicaciones que los personajes reales no podían dar y el ritmo para saltar de una situación a otra. Creo que es muy fácil detectarlos. La niña de la ventana, Armand, Fontcoberta y el viejo de la gorra son casi arquetipos. Llenan los vacíos que dejan los personajes auténticos. Por ejemplo, Armand, el anarquista francés, representa la presencia de los idealistas extranjeros en la contienda. Tal vez mucho más que los brigadistas —que todavía no habían llegado— o que ese puñado de atletas que llegaron a Barcelona para celebrar unas Olimpiadas paralelas a las de Berlín, presididas por el propio Adolf Hitler. La niña de la ventana pretende ser la pincelada de dulzura que hacía falta para suavizar la dureza de la situación general. Y el viejo de la gorra… bueno, está claro. Es la teoría, el anarquismo personificado, la voz de la experiencia, ese anciano que está en todas las sedes de los sindicatos contando historias de tiempos pasados. Los demás, los que no tienen nombre o no se ven tanto, forman parte del bulto, que, no por ser ruido de fondo, deja de ser importante. Iré alternando el análisis de estos personajes con el de los personajes reales.
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