viernes, 16 de noviembre de 2007

ARMAND, EL ANARQUISTA FRANCÉS


Dicen que la última guerra civil española fue el ensayo de la II Guerra Mundial, que en ella se probó el armamento que después se utilizaría en Europa y que fue el punto de mira de innumerables observadores internacionales. Entre ellos, claro está, hay que incluir a los idealistas y los románticos.

La Guerra Civil atrajo a miles de voluntarios dispuestos a combatir por una idea o, si no, para que no triunfara la otra; es decir, el fascismo. Alguien la llamó La última guerra romántica, y desde mi punto de vista tuvo razón. ¿Se ha dado después algún caso parecido? Es del todo impensable que los jóvenes de hoy en día pudiesen dejar la comodidad de sus hogares para ir al extranjero a luchar por un ideal. Que nadie me hable de los muyahidines. Las cosas de la religión sólo pueden caber en el saco de las imposiciones o de la sinrazón. Nunca de los ideales.

Armand, un francés enamorado del anarquismo español, llega poco antes de que estalle la sublevación. Representa a la intelectualidad extranjera, al Hemingway que llegó más tarde, a Jay Allen, a Saint-Exupèry, a Malraux, a Pruszyński, a Orwell, incluso a Kolstov. Más allá de las inquietudes de los meros combatientes, como sería el caso de los brigadistas internacionales, Armand quiere participar de una utopía en marcha. España, que por carácter y tradición es el lugar más apropiado para la implantación de una revolución anarquista, le proporciona la sensación de encontrarse en el paraíso de cuanto ha soñado. Por eso se instala en Barcelona. No por pegar tiros, que en el fondo le dan hasta miedo, sino para ser testigo de algo que puede mover el mundo en una dirección diferente.

Armand me sirvió para analizar la situación desde el cómodo butacón de una casa de lujo. Menos él y sus interlocutores, todo el mundo está al pie del cañón, en la calle, en los edificios oficiales, en los centros de distribución de alimentos y demás. Armand, en cambio, ve las cosas desde una distancia que le proporciona un punto de vista tranquilo y reflexivo. Sus interlocutores, además, juegan con él al juego de las preguntas inteligentes. En esas conversaciones apenas hay cortesías o diplomacias. Los planteamientos son como balas, si bien siempre tienen un deje de amistad, de cariño mutuo entre los que hablan. Si algún día escribo una segunda parte, como de hecho ya me he planteado, sin duda seguirá estando Armand como personaje invitado.

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